
Vacaciones en la
montaña, en el mar o en el pueblo? Qué prefieres? Esta fue la primera pregunta que
surgió en mi libro de francés cuando comencé a aprenderlo en el año 2005. Más
tarde, también surgió la misma pregunta cuando empecé a estudiar italiano.
¡Bastante gracioso! No es así? A menudo, las palabras y las ideas adquieren un
significado completamente nuevo cuando realmente las vivimos y experimentamos.
Al menos para alguien que creció en India, esta pregunta parecía muy
intrigante. Las vacaciones tranquilas son un concepto extraño para la mayoría
de los indios, y tal vez lo seguirán siendo durante bastante tiempo. Igualmente,
las vacaciones, al estilo francés, ¡son una maravilla! Las vacaciones en
Francia están institucionalizadas durante dos periodos diferentes, en verano
(julio-agosto) y Navidad (diciembre), pero también en invierno (febrero),
primavera (abril) y otoño (octubre). Por supuesto, la duración de cada una de
estas vacaciones y las actividades que uno elige hacer, son cuestiones de
elección personal.

Para mí, esta vez
tenía que ser el mar. Desde los últimos años he desarrollado un gran afecto por
el mar. ¡Hasta el punto de que para mí un año sin visitar el mar es como un año
perdido! Y el Covid hizo del año 2020, un año perdido. Por lo tanto, he tenido
que asegurarme de que el 2021 no sufra la misma suerte. Pero aquí, de nuevo,
fue más bien la casualidad lo que entró en escena y me acercó al mar. Porque
inicialmente, mi plan era seguir en bicicleta, el río Somme, desde Amiens en el
norte de Francia hasta Saint-Valery-sur-Somme (en la alta Normandía), donde se
encuentra con el mar (Canal Británico). Pero solo un par de días antes, tuve
que cambiar este destino debido a las inclemencias del tiempo.

Así que finalmente
salí de París la mañana del martes 13 de julio de 2021 en un tren hasta Caen,
que está en la Baja Normandía. Es un TER (tren regional) que tiene un vagón
especial para transportar bicicletas. El equipaje que llevaba consistía
principalmente en una poca ropa, un impermeable, un saco de dormir, un colchón
inflable, una carpa liviana, algunas herramientas de reparación de bicicletas,
un libro y varias cosas para la bicicleta (unas alforjas y una cesta
desmontable en la parte delantera). En total, todo pesaba alrededor de 15-20
kg. El plan era hacer un viaje en bicicleta de una semana en solitario entre
las ciudades costeras de Caen y Cherburgo. Además, después de pasar mi última
noche en Cherburgo, visité una pareja indo-francesa (¡amiga de un amigo!) en un
pueblo cercano (a unos 30 km) con su famosa playa Sciotot y acampé allí durante
la noche. En 7 días, visité innumerables pueblos pequeños y hermosos en la
costa oeste francesa, cubriendo alrededor de 275 kms en total. Para el viaje de
regreso a París el 19 de julio, cogí un tren desde Cherburgo.

En este viaje,
tenía una regla general, esta consistía en que estaría pedaleando en mi bici durante
todo el día hasta las 18h. (¡En Julio en Francia no oscurece antes de las
22h30!). De 18h a 20h comenzaba a buscar un sitio adecuado para acampar. El
lugar ideal para acampar para mí era un lugar un poco apartado y con una
superficie plana y uniforme. Solía almorzar en restaurantes, mientras que,
por la noche, a menudo me conformaba con un sándwich. Para el desayuno,
normalmente comía frutas y también las famosas delicias de la panadería
francesa (croissants, pain au chocolat y mucho más). Por la mañana, solía hacer
una pausa en los cafés del pueblo para tomar un café y rellenar mis botellas de
agua. Mientras que, las pausas para merendar por la tarde en los restaurantes
también significaron una oportunidad de recarga para mi teléfono móvil y mi
banco de energía.

Llegué alrededor de
las 11h de la mañana del primer día a Caen, comencé a explorar la ciudad en mi
bicicleta. ¡Lo que más me sorprendió fueron las hermosas y exquisitas iglesias
y los edificios antiguos de la ciudad! No había leído casi nada sobre este
lugar de antemano y, por lo tanto, todo fue como una agradable sorpresa. En
particular, las figuras talladas de las iglesias son enredadas, con muchos
detalles y con estructuras muy imponentes. A través de la ciudad corre un
pequeño río llamado Orne. No estaba seguro de si podría comer suficientes comidas
picantes a lo largo de la costa francesa por lo que, ¡comencé mi experiencia
culinaria con un almuerzo en un restaurante paquistaní llamado Benazir! Supongo
que el nombre por sí solo fue lo suficientemente intrigante como para atraerme
a este lugar. Además de la deliciosa comida, la hospitalidad del personal fue tan
maravillosa que ¡incluso me ofrecieron un plato gratis!

Después de haber
permanecido en la ciudad hasta las 17h, finalmente decidí acercarme al mar.
Comencé el viaje en bicicleta siguiendo el canal del río Orne. En Francia,
muchos ríos también tienen un canal que corre en paralelo y, muchas veces, se
ven bastantes fábricas al lado. Estos canales están destinados a facilitar la
navegación de los barcos y también para el transporte de material para las
fábricas. Una de las cosas buenas del viaje (durante la mayor parte) fue que
había un carril exclusivo para bicicletas. Después de unos 18 km cuando llegué
al primer pueblo costero llamado Ouistreham, el paisaje había cambiado. La
playa estaba llena de familias y niños por todas partes. Correr, nadar, jugar
... ¡me encontraba muy alegre! Fue genial llenar mis pulmones con toda esa
frescura y aire al lado del mar. Sin embargo, el reloj seguía corriendo y tenía
que ponerme en marcha para decidir dónde iba a acampar en mi primera noche.
Continué por algún tiempo, pero no pude encontrar un lugar adecuado. El
problema quizás fue porque este tramo inicial es bastante turístico con una
gran cantidad de casas y pisos. Algo que no esperaba. Cuando eran casi las 20h,
pasé casualmente frente a un camping. Pregunté y decidí pasar la noche allí.
Era bastante económico y tenía inodoros y baños y sitio para mi tienda. De
alguna manera, los lugares para acampar en Francia a menudo me recuerdan a los
barrios pobres de la India, ¡solo que en el caso de los primeros son más
ingeniosos, organizados y cómodos! Aquí conocí a una familia de tres (con un
niño pequeño) que iban de excursión en bicicleta hasta La Rochelle. Fueron muy
amables y me ofrecieron una fruta al día siguiente antes de despedirnos.

El viaje de los
días siguientes se volvió más interesante. El paisaje, en su mayor parte
abandonado, tenía todo el encanto y la belleza natural para hipnotizar al
espectador. Además, la costa de Normandía está plagada de museos y monumentos
de la Segunda Guerra Mundial. El 6 de junio de 1944, las fuerzas aliadas,
compuestas principalmente por fuerzas estadounidenses, británicas y
canadienses, desembarcaron en la orilla del mar de muchas aldeas de Normandía
para luchar contra los alemanes. Y así, muchas aldeas hoy en día tienen su propio
museo o sitios conmemorativos, vinculados a los años de la guerra. Incluso las
playas tienen nombres de las divisiones del ejército (estadounidense), como la
playa de Utah, la playa de Omaha, la playa de Juno, etc. El ambiente te lleva
sin lugar a dudas a esos tiempos difíciles.

Las interacciones
que tuve con la gente en el camino fueron bastante interesantes. Los turistas asiáticos,
en esta parte del mundo siguen siendo una rareza, y más en los tiempos de Covid.
Una vez, en un pequeño pueblo, estaba comiendo mi sándwich solo, en la playa. A
cierta distancia, un grupo de aldeanos; hombres-mujeres, jóvenes-ancianos
estaban tomando café y charlando amistosamente. Uno de ellos se acercó a mí, me
preguntó con cariño y luego me invitó a tomar un café con ellos. Gratamente
sorprendido por esta amabilidad, me uní durante unos 45 minutos de agradable
charla.

Recargar mi
teléfono móvil y mi banco de energía, así como la botella de agua, era parte de
la rutina del día. Todo fue bastante bien durante todo el viaje, salvo una
excepción, cuando en una panadería (boulangérie) de un pequeño pueblo su dueño
se negó rellenar mi botella de agua, aunque había comprado algunos pasteles y
café allí. Su motivo fue que, dado que también vendían agua embotellada, no
tenía sentido comercial para ellos rellenar mi botella de agua gratis. No
discutí y me fui. Después de unos minutos rodando en bicicleta, me encontré una
casa con dos mujeres sentadas en su jardín. Me detuve y les pregunté si no les
importaría volver a llenar mi botella. Por suerte, estuvieron de acuerdo.
Cuando les conté sobre la experiencia de la panadería, se enojaron y comenzaron
a criticar diciendo que la gente elige ser de mente estrecha. Discrepé
apresuradamente diciendo que todas mis experiencias con personas en este viaje
fueron geniales y que esta fue la única excepción. Y, por lo tanto, habría sido
injusto juzgar a todas las personas por igual, definiéndolas de mente estrecha.
El motivo de rellenar continuamente mi botella era para evitar la contaminación
innecesaria, de lo contrario, hubiera comprado las botellas de agua de plástico
dado que salían muy baratas.

Lo que más disfruté
durante este viaje fue la posibilidad de detenerme a voluntad y nadar en el
mar. El agua es tan refrescante e incluso curativa. ¡Y en casi todas las
ocasiones, fue mi sustituto del baño diario! Gracias a una botella de dos
litros de agua fresca, pude lavarme después de nadar en el mar.

Por cierto, dormir
y despertarse junto al mar te ofrece maravillosas oportunidades de apreciar el
hermoso espectáculo que juegan tanto el Sol como la Luna. En una de esas
noches, había acampado en una meseta de un acantilado, mirando al mar. La
puesta y la salida del sol que tuve allí fueron simplemente impresionantes. Igualmente,
en medio de la noche, cuando me desperté para orinar, tuve una vista fascinante
de la Luna amarilla, poniéndose en el mar, ¡con su hermosa luz amarilla
reflejada en el agua! Estaba oscuro por todas partes, el mundo entero
durmiendo, mientras la hermosa y amarilla Luna susurraba al mar antes de
finalmente disolverse en él. Otras noches, podía maravillarme con el hermoso
cielo iluminado por las estrellas, lejos de las luces de la ciudad. Creo que
estas fueron algunas noches en las que no me arrepentí de que mis noches de
sueño fueran interrumpidas debido a los descansos para orinar.

Durante todo mi
viaje, había tratado de ceñirme a una ruta que estuviera tan cerca como fuese
posible del mar. La aplicación de navegación Komoot que utilicé fue bastante
útil en este sentido, sin embargo, no siempre fue fácil al ir en la bicicleta
dado que, a menudo, solía haber mucha arena o guijarros o vegetación espinosa.
Aunque no es el transporte más adecuado para ese tipo de terreno, durante toda
esta semana, ¡mi bicicleta solo se pinchó una vez!

Para aquellos a los
que les gustan los mariscos, la región de Normandía es un destino perfecto. Los
restaurantes ofrecen una variedad de criaturas marinas con unos platos muy
originales. La 'Coquilles Saint Jacques à la normande' (vieiras) fue uno de
esos deliciosos manjares. Mientras estaba en Cherburgo, por recomendación de
algunos amigos locales, fui a un famoso restaurante llamado "La
Satrouille" y pedí un "assiette de la mer" (plato de marisco).
¡Fue un verdadero festín con langostinos (gambas), bulots (caracoles de mar),
crevettes (camarones) y huîtres (ostras), servido con mayonesa, vinagre,
ensalada, tostadas, pan y mantequilla! Por cierto, los restaurantes típicos de
Normandía, famosos por sus productos lácteos, siempre sirven pan con
mantequilla.

Cuando viajamos por
el mar, lo que nos acompaña continuamente es su olor fuerte y distintivo.
Afortunadamente, me gusta. También llegamos a escuchar la música de las mareas
y la de las gaviotas. El viento que barre la orilla y trae noticias de lejos,
ayuda a mantener el ambiente animado y divertido. Lo que más me llamó la
atención fueron los numerosos caracoles, que ocupaban casi todas las
superficies posibles que incluían plantas, pasto, rocas, estructuras de cemento
y mucho más. Justo antes de despedirme del mar, me llevé en una botella un poco
de agua y algunas algas.

La vegetación a lo
largo de la orilla del mar es muy distinta. Muchas plantas tienen hojas muy
gruesas y largas. Aún siendo verano, había flores muy hermosas por todas
partes. También pude pasar por muchos campos agrícolas cerca del mar. Una
mañana, en uno de esos campos, ¡vi un par de ciervos! Y, por supuesto, los
rebaños de las famosas vacas de Normandía, así como caballos y ovejas en el
camino. Y en una ocasión, también algunos conejos salvajes.
Quizás, uno podría
preguntarse, no me he sentido solo durante el viaje? No del todo. De hecho,
sentí que nunca estamos realmente solos. Estando afuera, en la naturaleza,
siempre estaba rodeado de árboles, pájaros, animales, viento, mar… e incluso
personas. Fue suficiente para mí. Viajar solos nos brinda esta rara oportunidad
de relacionarnos con la naturaleza de una manera armoniosa, permitiendo que
nuestros instintos se expresen, observen, sientan y respiren.

Es cierto que me
gustaría hacer más viajes de este tipo en el futuro. Pero cuáles son las
lecciones aprendidas o los aspectos que me gustaría mejorar? Supongo que me
gustaría comprar un saco de dormir mejor, el actual es adecuado solo para
temperaturas superiores a los 15° C. Algunas noches eran realmente frías.
Quizás también busque un colchón inflable más cómodo. Un pequeño generador de
energía fotovoltaica también podría eliminar mi dependencia de los restaurantes
para recargar mi teléfono móvil y los bancos de energía. Una recámara de
repuesto, nueva y probada podría ayudarme a ahorrar tiempo de reparación en un
pinchazo. Además, consultar mi teléfono móvil lo menos posible podría ayudar a
una mejor inmersión en la naturaleza. Por último, un esfuerzo tan grande durante
estos días sin descanso en la bicicleta en un terreno difícil cansa bastante.
Quizás, un día de descanso después de cada 2-3 días podría ser un buen
compromiso.
Todo lo que puedo
decir es que disfruté mucho esta experiencia. A través de este viaje en
solitario, en una tierra extranjera, no solo confié en mí mismo, sino también
en la naturaleza y la gente. Y valió la pena confiar….
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